miércoles, 28 de marzo de 2012

CHOZOS QUE RECUERDAN A LA NIÑEZ.

Tres hermanos de Casar de Cáceres reconstruyen un chamizo similar al que tuvieron en la década de los 50 .
Cuentan que los recuerdos de infancia, por mucho tiempo que se esfume, nunca se desprenden de la memoria. Siguen perennes, perpetuos, aunque haya algunos destellos que impidan verlos con total nitidez. José María, Félix y Germán echan la vista atrás y se ven en aquel chozo, en medio del campo, en la zona conocida como Valcajarillo, lo que en la actualidad está próximo al polígono industrial Las Capellanías de Cáceres. Allí pasaron los primeros años de sus vidas, junto a sus padres Germán y Nicolasa y la pequeña Mari Paz.
Aquella forma de vida hoy la recuerdan con la construcción de un nuevo chozo, similar al que tuvieron en la década de los 50, y que José María pensó en hacer hace ya un año para ubicarlo en su parcela, para uso y disfrute de su familia y amigos. Todavía hoy muchos casareños, pastores de antaño, conservan la teoría sobre como elevar esta estructura de paja y llegue a nuevas generaciones.
Actualmente el chozo de José María es el único que puede verse en la localidad. Cuenta con cinco metros de largo y dos de ancho. En él se distribuyen dos zonas laterales, destinadas a habitaciones, y donde se ubicaban las camas de escobas. En el centro, la cocina, con los pocos enseres de la vida del pastor y su familia. Ahora, José María y su mujer, Ana, quieren plasmar la forma de vida de antaño, aportando autenticidad a una construcción que ya ha dejado de existir.
Vicente Campón es uno de los casareños que sabe cómo construir la tradicional majada, según dice, la más característica de la localidad. «El chozo con dos habitaciones es el típico de nuestro pueblo, hay otros redondos que se construían en la sierra con encinas y taramas, pero éste es el auténtico», explica. Su conocimiento sobre estas viviendas de pastores le ha llevado, en el siglo XXI, a ser maestro sobre ello. «Estos chozos se transportaban fácilmente, el pastor se los llevaba a cuesta y los cambiaba de sitio dos o tres veces al año», recuerda Vicente, quien pasó gran parte de su vida al resguardo de un chozo junto a su familia. Las camas de escobas se recogían a diario. «Se enrollaban y se les hacía lo que se llamaba el 'lío', que servía de asiento durante las horas del día». José María y sus hermanos recuerdan que a sus padres se les quemó el chozo. En el interior las familias hacían la comida con fuego, y los descuidos se pagaban caros.
El valor sentimental de este chozo está por encima del económico. El coste es mínimo. No se puede valorar con euros, porque suman pocos, muchos menos que las horas de trabajo dedicadas a su construcción. Primero se lleva a cabo el proceso de recogida de la paja de centeno, popularmente conocida como bálago, del cual hay que limpiar y sacudir el grano. Una vez seleccionada la paja, comienza la construcción. El primer paso es la estructura de madera. Germán, hermano de José María, se ha dado buena maña para hacerlo. «Tiene sus complicaciones pero si tienes un buen maestro que te oriente se puede hacer», dice. Ahí Vicente ha dado las instrucciones para que se mantenga intacto pese a la intemperie. Numerosas capas de bálago se ajustan a la madera. También se usa la tomiza y el viscal, las tradicionales cuerdas de esparto con las que se ataba la paja.
«La primavera del año 69 la pasé solo viviendo en el chozo», dice José María, en aquella época guardián de ovejas. Atrás quedan esos recuerdos de la niñez donde, con muy poco, conseguían ser felices.
Vecinos de Casar de Cáceres delante del chozo que han reconstruido.-foto.

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